Agosto
No sólo el frío me carcomía hasta los huesos (yo pasaba mucho tiempo en lo de mis abuelos, una casa alta y muy húmeda), sino que los días solían ser muy cortos. A eso también había que sumarle que las vacaciones de invierno terminaban justo en sus primeros días y la llegada del calor de diciembre parecía inalcanzable. Es gracioso pensar como de chico el tiempo pasaba mucho más lento, un año escolar era una eternidad y parecía toda una profecía terminar un año lectivo.
Entonces por muchos años agosto fue el mes al que más odiaba, prefería el marzo de comienzo de clases, junio cuando recién había pasado mi cumple y faltaba casi un año para el próximo festejo o noviembre el mes sin feriados. Sin embargo, agosto me mataba, era horrible, frío, gris, sin esperanzas. Y algo de ese rechazo quedó en mí y por alguna razón sigue sin gustarme a pesar de que en este mes transcurren mis vacaciones universitarias y están las ofertas de inviernos, no me importa, quiero que sea 1° del próximo y que el mes de la primavera empiece, aunque el frío siga y todo solo sea parte una eterna continuidad.
Lo mismo me pasaba con los miércoles pero al revés, porque era el día en que iba a lo de mi papá, entonces me encantaba porque nos dedicaba toda la tarde/noche y nos bañaba con su sabiduría de tipo grande y experimentado, me encantaban esos momentos de hermano-hermana-padre (antes de que apareciera la bruja en su vida, claro) y ahora eso sigue, los miércoles se sienten bien, no se comparan al viernes o al sábado pero están cabeza a cabeza.
Así que espero ansiosa el comienzo del próximo mes, más allá de que nada cambie, son esas pequeñas cosas que siento y a veces me sirven para darme cuenta que estoy viva.